Hoy primer día de la Semana Mayor, despertamos
convenientemente temprano pensando en la acotada capacidad de la cocina, los
baños y la cantidad de peregrinos en el albergue.
Una buena sopita y café calientes después
de la ducha antes de la partida fue muy reconfortable, más aún a escasos 40 kms
de Santiago de Compostela.
Asimismo, revisamos el estado de nuestro
calzado con el mayor sigilo, para no importunar el descanso de los demás
peregrinos.
La sinfonía nocturna del Camino de Santiago en los albergues públicos y privados, son ronquidos, resuellos y resoplidos en sus distintos géneros, escalas, tonalidades y nacionalidades.
Cuando pernoctamos con humildad en estos espacios tan gratificantes, también aportamos nuestra melodía durmiente al concierto porque a Dios gracias estamos vivos y respiramos aún.
Pero también existen excelentes hoteles, hostales y albergues turísticos con habitaciones individuales para los peregrinos que prefieran más privacidad.
Después de tomar café de máquina en el vestíbulo, ajustamos la puerta a la
salida y dejamos el albergue a mano izquierda por la Rúa Xosé Neira Vilas.
Pronto alcanzamos el tercer callejón y viramos en el mismo sentido.
Avanzamos a todo lo largo por esta empedrada rúa do Carmen atentos a las flechas amarillas pintadas en los muros.
Al rato nos detuvimos en una placita frente a un pequeño crucero alegórico a la ruta jacobea de los “Peregrinos Identes” desde Astorga, promovida desde el año 1988 para la juventud universal por el pensador, filósofo, metafísico, escritor y poeta madrideño Fernando Rielo Pardal.
38.025 km nos separaban de Santiago de Compostela según el mojón jacobeo al
lado del crucero.
Reanudamos por la izquierda en descenso extendido
hasta el final de la rúa, donde nos despedimos del núcleo urbano de Arzúa y pasamos de la calle empedrada a una corredoira de tierra y guijarros.
Con buen ánimo por la linda alborada y el fresco
aroma del campo, continuamos ganando terreno entre fincas, hatos de vacuno y cultivos.
Sobrepasamos a mano derecha una vetusta fuente
de adobe y pizarra conocida como fuente
os Franceses, enquistada en un montículo de tierra y maleza.
Pronto arribamos a una frondosa carballeira cuyos
robustos y monumentales ramales cubrían y oscurecían el camino; “AS BARROSAS”
leímos en un aviso del Concello de Arzúa, un pequeño poblado bajo el señorío de
la naturaleza;
en este lugar existe una capilla dedicada a San Lázaro.
La senda nos llevó de manera perpendicular
a otra calle veredal, Rúa Río Vello, de frente a unas casas fincas de labrantío.

Distinguimos la flecha amarilla en un mojón y giramos hacia la izquierda por otro boscosa y sombría carballeira.
Progresamos rápidamente para amainar un poco el
frío del bosque que parecía brotar de la tierra, de los árboles, ramales y arbustos
aún con las huellas del invierno.
Superamos una curva en la marcha para apreciar el paso del río Brandeso afluente del Iso y…
… por la misma, las señales nos acercaron a Preguntoño, una aldea bastante agrícola y ganadera de la parroquia de San Vicenzo de Burres
en la comarca de Arzúa.
La atravesamos ligeramente siguiendo siempre las flechas amarillas; cortamos la vía vecinal Preguntoño y seguimos por un atajo de tierra que nos acercó a la carretera nacional N-547, la cual sorteamos pasando al otro lado por un túnel.
A la
salida superamos un duro y tendido repecho en firme concreto paralelo a la
N-547 que luego torció a la derecha para otro tramo de igual exigencia que desembocó en un claro de tierra y guijarros, desde el cual dimos la última ojeada de este camino al casco urbano de Arzúa.
hicimos un breve estiramiento para recuperar aliento
antes de reanudar la marcha; a la vista teníamos un rectilíneo tramo veredal
de suelo natural firme en leve ascenso, unos 650 mts aproximadamente, demarcado por plantas y árboles a pie del cercado.
Sobrepasamos unas viviendas rurales ubicadas al costado
derecho, pastizales y tierras de labranza en el opuesto; olor a campo, a boñiga
de vacuno, un andadero recto y tranquilo a pesar del tránsito de ganado conducido por amables granjeros de la zona.
La proximidad a Santiago de
Compostela nos llevó a progresar sin afán. Terciamos a la
izquierda al finalizar el trecho inicial, solamente para otro recorrido similar.
“Buen camino”, intercambiamos saludos con peregrinos que a buen ritmo nos aventajaron; pero la mañana, el gorjeo alborozado de las aves en los ramales y los verdes pastizales en comunión con las fincas gallegas, nos obsequiaban paso a paso momentos únicos en la campiña que merecían nuestra contemplación.
Llegamos
al cruce de la vía vecinal que
conecta la N-547 con Cortobe a nuestra derecha; la cortamos directo hacia A Peroxa
siguiendo las indicaciones del mojón
jacobeo; ambos lugares pertenecen a San Vicente de Burres, parroquia del municipio
de Arzúa.
Avanzamos
unos metros a la sombra de una frondosa ringlera de cuatro o cinco robles a un
costado y un crecido montículo de malezas a la derecha. El suelo asfaltado en
leve subida y las primeras cubiertas de teja romana a la vista anunciaron nuestro
arribo al núcleo urbano del pequeño poblado.
Giramos a la izquierda del primer callejón, advirtiendo la flecha en el mojón al pie de una pintoresca casa esquinera vestida de blanco, pizarra y teja romana donde funciona una turística tienda–restaurante.
Muros
de piedra seca a modo de vallas demarcando las propiedades y fincas rurales en
armonía con la naturaleza, singularizan la belleza del paisaje gallego; no se podan los ramales más
allá de lo estrictamente necesario, lo que
no dejó de impresionar nuestros sentidos durante el recorrido por la larga
calle, hasta el final del asfalto.
Dejamos
A Peroxa por un sendero de tierra y matorrales bastante sombrío; las copiosas fragas,
líquenes, arbustos y musgos habían tejido una genuina comunidad en forma de
galería para dicha del peregrino. Después de un buen trecho llegamos a un claro
frente a una variante pero allí estaba nuestro espiritual cicerone, el mojón
jacobeo señalando a la diestra el buen camino, volvimos al cobijo y hospitalidad
de la verde fraga.
Más
adelante el boscoso paisaje permutó hacia una fascinante y colosal carballeira. En contraste al silencio
y la introspección durante la marcha en algunos tramos, el ruido de las pisadas
avivaba el crujir entre las ramas y la hojarasca; los pájaros aleteaban y emitían
sus trinos de alerta, en tanto las ardillas regresaban al frondoso tallo de
roble para subir raudas a nuestro paso.
Rebasamos
otra señal del camino a la vera de una ligera cuesta abajo antes de un nuevo desvío,
siempre bienvenidas, porque alientan la sensación de confianza en medio de la extensa
foresta bastante fría por la recién entrada primavera; lo que aconseja mucha
precaución en los puntos húmedos del suelo por el musgo y líquenes que lo cubren
y lo hace bastante resbaladizo.
Otra bifurcación y torcimos a la izquierda, siempre
por cuenta de las señales jacobeas; unos metros más allá cruzamos el Rego do
Ladrón.
Y por esta prolongada travesía, entre carballeiras y fragas, donde seguramente vimos un castaño, un
álamo negro o un abedul, interceptamos la vía comarcal entre Os Penedos al sur
y Fontelas al norte, proseguimos de frente y, unos metros adelante, alcanzamos Taberna
Vella, un sitio de muy pocas casas en la parroquia de Burres cuya economía gira
en torno al Camino de Santiago.
El muro de la sabiduría” es un
referente para los peregrinos del planeta: “Viajar abre la mente”; “Travel is
fatal to prejudice, bigotry and narrow mindedness” Mark Twain; “El mundo es un
libro y los que no viajen leen solo una página” Saint Augustine; A Good traveller
has no fixed plans and is not intent on arriving” Lao Tse; etc., etc., etc.
Alrededor de sesenta
y tantas frases laminadas se hallan dispuestas a todo lo largo de la fachada del
albergue estimulando la curiosidad y los comentarios de los romeros.
Alzamos morrales y dejamos Taberna Vella, directo
por la misma carretera de tierra firme, atendiendo el sentido de la flecha del
Camino hacia una frondosa arbolada; pronto arribamos a un paraje deforestado,
nivelado para el tránsito, seguido de un prolongado viaducto de barandales metálicos
sobre la autovía A-54 Lugo-Santiago en obra civil.
Atravesamos el puente y luego de
sobrepasar otra extensa área desforestada por obras, seguimos una senda moderadamente
escarpada que nos sumergió de frente en una verde y placentera fraga. La disfrutamos
a marcha silenciosa, poco más o menos seiscientos veinte metros después
conquistamos A Calzada, un sobrio lugar de la parroquia de Burres, el último
habitado del Concello de Arzúa.
Aquí funciona la atractiva tienda de
comercio rural “Casa Calzada”, muy bien instalada en una enorme casona de arquitectura tradicional gallega.
Sellamos credenciales y proseguimos nuestra peregrinación por la misma senda de
tierra firme y guijarros.
Progresamos paralelos a la carretera
nacional N-547, distante unos 150 metros aproximadamente, entre tierras de cultivos, fragas con alguno que otro carballo
o eucalipto azul y mucha maleza a
lado y lado, pero con suma confianza dado que en toda intersección siempre hubo
una señal para el peregrino camino a Santiago de Compostela. Superamos recto el
último cruce, pasando del Concello de Arzúa al Concello de O Pino.
Unos metros más allá convergimos con una vía
asfaltada a la parroquia San
Breixo de Ferreiros entrando por Outeiro,
uno de los 13 barrios o lugares que la conforman. Nosotros lo hicimos por un sendero a
la izquierda guiados por la flecha al pie de un muro, atravesamos el apacible
entorno de viejas casas de piedra entre árboles y jardines, algunas muy bien conservadas y señoriales.
Dejamos atrás un excéntrico patio-bar con
botellas de cerveza empotradas en muros y tallos de los árboles; y tan pronto vadeamos por una pasarela las aguas del rego do Igrexario mudamos a Lengüelle, otro
barrio de la parroquia San Breixo de Ferreiros.
A cielo abierto, con vistas a las dispersas
granjas y cultivos avanzamos por un caminillo de tierra y maleza paralelo a la
carretera local asfaltada; sobrepasamos un cruce que conduce a la N-547 y seguimos
el mismo caminillo trazado para los romeros, solo que ahora más oculto y
sombrío por la alameda.
Un poco más de ciento cincuenta metros
adelante interceptamos la vía asfaltada cuesta arriba que conduce a Suso, otro
lugar de la parroquia San
Breixo de Ferreiros; la señal jacobea
nos invitó a seguirla por un corto tramo al término del cual regresamos a la
seguridad del sendero arbolado de tierra y guijarros.
Desfilamos solamente unos pocos metros por
una estrada entre huertas cuando divisamos las primeras casas y hórreos de
Boavista, otro
lugar de la parroquia San Breixo de Ferreiros; sellamos los pasaportes
compostelanos o credenciales en el Restaurante Boavista y al final de la senda giramos
diagonalmente a la izquierda sobre una vía local asfaltada, advirtiendo la
flecha jacobea en el mojón a la entrada de otro corredor.
Penetramos por ese corredor de tierra y
hierbas a la sombra de una veintena de frondosos carballos (robles), curioseando
los corrales, gallinas y encerraderos de una hilera de casas al costado derecho;
pocos metros después dejamos atrás el núcleo urbano de Boavista, el paisaje
cambió a una fraga bastante agreste, de mucha maleza, con algún roble y
eucalipto en medio de la variada vegetación.
A estas alturas habíamos caminado un poco
más 9 km desde Arzúa, sin prisas, a placer, con austeridad, mucho gozo y
espiritualidad. A veces invadiendo la melodía de la naturaleza con cánticos
como: “Somo los peregrinos, que vamos hacia al cielo, la fe nos ilumina (...)”,
para romper la abstracción individual y sonreír con júbilo y satisfacción por
estar allí juntos, cumpliendo una promesa, un sueño, el Camino de Santiago.
Apreciamos bosques de álamos o sauces y pinos
piñoneros entre otra variedad de árboles, seguramente plantados para su explotación
económica; pronto sobrepasamos el Parque Fontelos en cuya reserva se pueden
apreciar los árboles propios de Galicia.
Cruzamos recto una pista que conecta con
la N-547 y seguimos cuesta arriba por una hojarasca en medio de una maravillosa
plantación de abedules a la que siguieron plantíos de otras especies arbóreas, alucinantes
a la vista, como los arbustos, hongos, helechos, musgos y toda esa naturaleza viviente
congregada a pie de tallos a lado y lado que disfrutamos y dejamos atrás.
Luego de casi dos kilómetros bajo el sacramento
de la floresta gallega alcanzamos las primeras casas y corralizas de un lugar con
el topónimo O Castro, por haberse descubierto un fortín de montaña o campamento con su propio sistema
defensivo conocido como el Castro de San Mamede de Ferreiros.
Al final de esta senda confluimos a una carretera local, torcimos a la derecha y enseguida a la izquierda por una calle con algunas viviendas y campos de cultivos; unos trescientos metros adelante salimos a la carretera nacional N-547, por el aviso supimos que habíamos llegado a Salceda, otro lugar de la parroquia San Breixo de Ferreiros.
Viramos a la derecha entre dos señales del
Camino de Santiago por una pista de tierra adyacente a la carretera nacional, atisbando
las fachadas de las viviendas del lugar.
Pasamos otra flecha en
un mojón y una larga barrera vial en una curva extendida, a los pies de un gran
bosque de eucaliptos. Al final tomamos un atajo alejado de la N-547, saludamos el monumento al peregrino suizo Guillermo Watt fallecido aquí en Salceda durante
su travesía un agosto de 1993 y retomamos la pista junto a la nacional unos
metros más allá, a la altura de un concesionario de tractores.
Advertimos en la orilla opuesta la señal
jacobea y cruzamos la N-547 para tomar una trocha entre matorrales paralela a
la nacional; rápidamente rebasamos el cruce de Oxén aldea de la parroquia de San
Miguel de Cerceda y continuamos avanzando.
Nos detuvimos a saludar unas peregrinas mexicanas
que conocimos atrás, una de ellas afectada por dolencias en los pies; le trasladamos
un aerosol anestésico recibido de otro peregrino solidario conmigo por
causas similares.
Retomamos la marcha y luego de sobrepasar derecho
otro cruce nos acercamos de manera perpendicular a la N-547, ubicamos la flechita
jacobea y salvamos la nacional por un pasillo subterráneo.
Retomamos la marcha y luego de sobrepasar derecho otro cruce nos acercamos de manera perpendicular a la N-547, ubicamos la flechita jacobea y salvamos la nacional por un pasillo subterráneo.
Al otro lado nos
recibieron a borde de camino unos frondosos carballos; siguieron haciendas, cultivos
de maíz, cobertizos, corrales y de esta guisa llegamos a la carretera local de asfalto del núcleo de A Brea, aldea de la parroquia de San
Miguel de Cerceda del Concello de O Pino, en pleno centro de Galicia.
Ubicamos la flecha del Camino girando hacia la izquierda, en la siguiente esquina lo hicimos a la derecha y nos dejamos
guiar por el circuito del callejón junto a otros romeros; unos metros más allá abandonamos el núcleo de la aldea
en medio de parcelas y cultivos por una prolongada y agradable pista de tierra
bastante arbolada, tupida de mucha fraga y maleza en algunos tramos; al
rato interceptamos otra vía asfaltada y la flecha en un mojón nos
sacó nuevamente a la carretera nacional N-547.
Ubicamos en la esquina derecha la guía del Camino
y seguimos por una pista de tierra lindante a la autovía, un recorrido de más o
menos 400 metros que superamos en leve ascenso, a cuyo término visualizamos las
señales al otro lado de la carretera cruzándola con mucha precaución a pesar del poco tráfico
vehicular; un lunes de muy poco movimiento, de bastante soledad quizá por el comienzo
de la Semana Santa.
Continuamos por una
pista similar pero empedrada y mejor acondicionada, más segura, con zonas de
descanso para el peregrino y un bello paisaje bastante soleado. De los 2,6 kms
entre A Brea y Santa Irene habíamos
avanzado apenas alrededor de 1.300 metros.
Al rato llegamos a un sitio de bares y
restaurantes llamado O Empalme,
también se le conoce como el alto de Santa Irene, justo en el desvío hacia Toxa Touro.

Nos habíamos quedado
sin agua en las cantimploras y el amable propietario del Restaurante O Ceadoiro nos obsequió la recarga y
selló nuestras credenciales.

En diagonal al otro lado de la N-547 identificamos el mojón jacobeo y la flechita amarilla, cruzamos y la seguimos torciendo a la derecha por un callejón enseguida del bar que expende tapas y vinos.
Penetramos poco más o menos 100 metros entre huertas y casas a cuyo término doblamos a la izquierda por una senda que a la orilla derecha marca los límites de un vasto bosque de eucaliptos.
Avanzamos en declive hollando la hojarasca dispersa por esta floresta no autóctona de Galicia, pero sí una fortuna forestal a corto plazo por su rápido desarrollo.
Paso a paso nos
fuimos aproximando a la carretera nacional; unos 600 metros después alcanzamos
el tramo paralelo a ella y bajamos de nivel hasta una doble señal jacobea en sendos
mojones, una señalando un cruce subterráneo al otro lado de la N-547 y otra
para continuar directo unos 300 metros más por la misma travesía, pasar
la zona de descanso y llegar al albergue de la Xunta de Galicia ubicado en la
esquina al final de esta cuadra. Nosotros mantuvimos esta última alternativa.
El paso subterráneo es
un periplo de saludo al humilde y hermoso santuario de Santa Irene de finales
del siglo XVII consagrado a San Pedro, también a su barroca “Fuente de la Eterna
Juventud” con supuestas energías curativas y al núcleo de San Irene; para regresar
nuevamente a la calzada derecha de la carretera nacional, seguir el camino paralelo
a ella y
pasar la zona de
descanso hasta llegar al albergue de la Xunta de Galicia ubicado en la esquina al final de esta
cuadra.
Reposamos brevemente a la entrada del albergue, identificamos
la señal en la siguiente esquina y cruzamos directo el desvío a Leboran para reanudar
la marcha por el sendero de tierra paralelo a la N-547.
Con poca movilidad vehicular y la custodia
de una larga barrera vial, rápidamente progresamos alrededor de 450 metros con
mucho sosiego y seguridad; justo hasta la siguiente señal que nos alejó de la
autovía y nos sumergió por un paisaje mucho más tranquilo y placentero, a la
sombra de una fronda de eucaliptos.
Luego de recorrer 400 metros más entre la espesura nos acercamos nuevamente a la carretera nacional, la cual cruzamos por un pasaje subterráneo similar al de Santa Irene.
Escalamos la rampa de salida y penetramos la margen por una calzada firme de asfalto. Doscientos metros después rebasamos un acogedor villorrio campestre de tres o cuatro casas hasta un ramal y un mojón jacobeo; aquí viramos a la derecha por una sombría y absorbente rambla de tierra y carballos para luego pasar a una arboleda de eucaliptos sin descuidar las señales, las flechas amarillas pintadas en tallos y rocas.
Finalmente las fragas se tomaron el paisaje de la travesía antes de alcanzar la primera casa de A Rúa, aldea medieval perteneciente a la parroquia de Santa Eulalia de Arca del Concello de O Pino en la provincia de A Coruña; y por esta llegamos también a su carretera local asfaltada.

Atravesamos el pequeño caserío cuesta abajo por una rúa que sugiere el origen de su topónimo por la procesión de casas a lado y lado; construcciones de piedra rústica, teja romana y pizarra recrean junto a jardines de hortensias, parras y plantas ornamentales un entorno gallego bastante agradable para el peregrino en este retazo del Camino de Santiago.
Rápidamente dejamos atrás la aldea pasando derecho las intersecciones de la alargada rúa como lo indican las señales; el recorrido nos sacó a la N-547, a un tramo de la carretera nacional bastante ancho, de alto riesgo, que ha reducido a una quimera el Camino de algunos peregrinos.


Luego de recorrer 400 metros más entre la espesura nos acercamos nuevamente a la carretera nacional, la cual cruzamos por un pasaje subterráneo similar al de Santa Irene.
Escalamos la rampa de salida y penetramos la margen por una calzada firme de asfalto. Doscientos metros después rebasamos un acogedor villorrio campestre de tres o cuatro casas hasta un ramal y un mojón jacobeo; aquí viramos a la derecha por una sombría y absorbente rambla de tierra y carballos para luego pasar a una arboleda de eucaliptos sin descuidar las señales, las flechas amarillas pintadas en tallos y rocas.
Finalmente las fragas se tomaron el paisaje de la travesía antes de alcanzar la primera casa de A Rúa, aldea medieval perteneciente a la parroquia de Santa Eulalia de Arca del Concello de O Pino en la provincia de A Coruña; y por esta llegamos también a su carretera local asfaltada.

Atravesamos el pequeño caserío cuesta abajo por una rúa que sugiere el origen de su topónimo por la procesión de casas a lado y lado; construcciones de piedra rústica, teja romana y pizarra recrean junto a jardines de hortensias, parras y plantas ornamentales un entorno gallego bastante agradable para el peregrino en este retazo del Camino de Santiago.
Rápidamente dejamos atrás la aldea pasando derecho las intersecciones de la alargada rúa como lo indican las señales; el recorrido nos sacó a la N-547, a un tramo de la carretera nacional bastante ancho, de alto riesgo, que ha reducido a una quimera el Camino de algunos peregrinos.


Con mucha prudencia la salvamos por la
izquierda con escala en un improvisado separador de calzadas atestado de avisos;
ya en la otra orilla adentramos
por una calle de tierra y grava franqueada por un mojón jacobeo y un aviso
municipal con el topónimo “O Burgo”.
A unos trecientos metros de la entrada rebasamos en leve subida un par de viviendas
asentadas entre la fraga y el pastizal. La marcha se hizo algo pesada, a veces arrastrada
disparando guijarros al paso; alerta con las flechas dejamos atrás un cruce y
nos sumergimos en un bosque de eucaliptos; y con la agradable fragancia de sus
hojas y frutos esparcida por el viento, alrededor de un kilómetro después de
recorrido entramos por el norte a O
Pedrouzo, capital del ayuntamiento de O
Pino.
Giramos a la izquierda bordeando una enorme bodega que resultó ser un polideportivo que habilitan como albergue en alta temporada de peregrinaje; enseguida doblamos a la derecha para tomar la calle Pedrouzo, al final desembocamos en la rúa Concello, arteria principal del núcleo urbano. En este punto giran a la izquierda los peregrinos que como nosotros pernoctamos en O Pedrouzo; y a la derecha quienes deciden descansar en un albergue más próximo o pasan de largo hasta Santiago de Compostela.
Viramos a la izquierda y pernoctamos en el albergue privado O Muiño al lado del ayuntamiento.
Giramos a la izquierda bordeando una enorme bodega que resultó ser un polideportivo que habilitan como albergue en alta temporada de peregrinaje; enseguida doblamos a la derecha para tomar la calle Pedrouzo, al final desembocamos en la rúa Concello, arteria principal del núcleo urbano. En este punto giran a la izquierda los peregrinos que como nosotros pernoctamos en O Pedrouzo; y a la derecha quienes deciden descansar en un albergue más próximo o pasan de largo hasta Santiago de Compostela.
Viramos a la izquierda y pernoctamos en el albergue privado O Muiño al lado del ayuntamiento.
Gracias Dios por tan maravilloso día